Pensemos en esta frase: “Los antiguos habitantes de Mesoamérica, eligieron una mala hierba y, siglos después, a través de la manipulación genética, consiguieron que la planta fuera más comestible y nutritiva”.
Suena a embuste. ¿Antiguas culturas manipulando genes? Pues sí, sin saber nada de ellos, lo hacían a través de la siembra, la selección de características ventajosas y otras prácticas propias de la agricultura tradicional. Por eso el Teosinte se convirtió en Maíz; por un proceso de selección artificial. Y es que, pensándolo fríamente, lo que hace la agricultura es trastocar la biodiversidad del entorno en aras de nuestro beneficio. Después de todo, hay que eliminar la mala hierba, arar la tierra, sembrar una o dos especies posiblemente no endémicas, controlar las plagas que se derivan de plantar un montón de comida y separar las semillas que nos interesan para la siguiente siembra. ¿Qué tiene eso de natural? Alteramos el equilibrio y construimos con ello la base de la civilización.
Y ahora, teniendo en cuenta el crecimiento vertiginoso de la población, disponemos de todo un arsenal de técnicas cada vez más sofisticadas destinadas a mejorar la producción y calidad de nuestros cultivos. Eso incluye la ingeniería genética y por supuesto también incluye a los alimentos transgénicos.
Por desgracia, los transgénicos tienen bastantes detractores que demonizan su uso pero, antes de seguir, quiero recordar algunas de los beneficios de la ingeniería genética en alimentación: tolerancia a la salinidad del terreno, resistencia a sequías, enfermedades o plagas, mayor producción, mayor rendimiento, mejora de las propiedades nutricionales, etc...
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